domingo, 29 de agosto de 2010

“La universidad y el sabedor moderno”

Muy buenos días y muchas gracias, a la señora Vicerrectora de la Universidad Nacional de Medellín, Dra. Catalina Reyes Cárdenas, al señor Rector de la Universidad de Antioquia, Dr. Alberto Uribe Correa y, a los organizadores de este foro por haber tomado en consideración mi nombre para llenar con mis opiniones este importante y necesario espacio de reflexión universitaria.

He escuchado con especial atención la ponencia del Dr. Carlos Vásquez Tamayo, cargada de profundo sentimiento y poesía, una reflexión crítica muy bella que le deja a uno una extraña sensación de gratificación y angustia...

Quisiera llevar a la discusión algunos puntos que me parecen pertinentes en el marco de este foro sobre la Universidad y su proyecto ético y político. Le dije a la señora vicerrectora, antes de sentarme en esta mesa,  que no entendía como habían invitado a un “provocador” a un evento de esta naturaleza y ella muy amablemente me “institucionalizo” señalando que precisamente de eso se trataba: “poder escuchar y contrastar los más variados puntos de vista”. Si es así,  permítanme comenzar con una pregunta provocadora que de alguna manera le de un lugar a mi reflexión: ¿Es posible, en un país como el nuestro, una universidad libertaria, rebelde, subversiva y revolucionaria?...

Esa es mi pregunta y espero no resolverla porque me dejaría en condiciones de extrema precariedad frente a un auditorio tan diverso como este y economizaría el trabajo que debemos hacer de estar ampliando permanentemente los espacios de la democracia en la universidad en foros donde se exprese la polifonía que constituye la discordante sinfonía de la maltrecha democracia política y cultural de la nación colombiana.   

Voy a comenzar por hacer un par de diferenciaciones.

No es lo mismo educación estatal que educación pública. Creo que en este país aún estamos en el camino de las búsquedas que nos deben conducir para que la universidad sea absolutamente pública y deje de ser una universidad estatal. Creo que las universidades estatales son, en términos de su proyecto educativo, universidades privadas.

Cuando me encuentro con mis estudiantes de la Universidad Nacional, que se rigen por la misma ley 30 que rige los destinos de la Universidad de los Andes, la Javeriana, la Pontificia Bolivariana…, que se presentan al mismo examen de calificación de competencias profesionales al que se presentan los estudiantes de todas la universidades del país, me pregunto qué diferencia la universidad, mal llamada “pública”, de la universidad privada. Y no encuentro, realmente, mayor diferencia. Seguramente, la única diferencia es que a una la subsidia el Estado y a la otra la mantiene la familia. Pero en el marco de su proyecto educativo, ¿existe realmente alguna diferencia central, capital, que permita decir que la universidad pública es realmente diferente a la universidad privada?... No la veo.

Siempre he sostenido que universidades como la Nacional, la de Antioquia, la UIS, la del Valle…, las  universidades estatales, son en esencia, por su proyecto político educativo,  universidades privadas que funcionan en el marco del proyecto político y económico al que sirve el Estado, que suele estar muy lejos de lo que debía ser una autentica universidad pública. Permítanme decirles cuál es esa diferencia, porque esa diferencia marca significativas pautas en términos de poder pensar la universidad pública: 

La universidad estatal renunció a pensarse y se convirtió en instrumento del poder político y de la agenda pública de la política cultural y educativa global; renunció al principio fundamental de la autonomía absoluta y se subordinó a la autonomía limitada; colocó al centro de sus preocupaciones los intereses del Estado y olvidó los intereses de la nación y de la sociedad. En la hipócrita envoltura del bien común se puso al servicio de la formación de los profesionales que requiere el mundo y la economía global capitalista y se dedicó con especial atención a formar los profesionales para el desempleo, para la marginalidad, para la exclusión…

La universidad pública es otra cosa. La universidad pública es la que garantiza para sí misma la posibilidad de la autonomía absoluta, delimitada por el régimen democrático que establece el respeto por la diferencia, el diálogo y el consenso como estrategia de decisión de su política pública. Es la que se preocupa por medir la calidad, no en los estándares ni en los sistemas de acreditación del mercado, si no en el servicio que presta a la solución de los problemas de la nación, del país, de los marginados, de los excluidos. Es la que innova, construye, es ecléctica, responde a las preguntas y a las urgencias de una sociedad como la nuestra que se desangra en la inequidad, se muere en la pobreza, en el desempleo, en la violencia y en la guerra. No es la que se refugia en las aulas universitarias para olvidarse de la vida; es la que se mete en la sociedad y en sus problemas para preguntarle a la gente el tipo de universidad y profesional que se requiere para salvaguardar la integridad de la nación y servirle a su proyecto de vida y de futuro.

Por eso, en ambas la concepción de la autonomía es distinta. Porque una la reclama en absoluto para ser expresión de la cultura y el proyecto ético y político de la nación; y la otra, se somete a la servidumbre voluntaria del establecimiento y del poder político, sacrificando su autonomía, en una  menesterosa peregrinación hacia los presupuestos para su funcionamiento.

La crisis de la universidad es una crisis, no solamente financiera, es una crisis del proyecto cultural, ético y político que debe servir a esta sociedad, a nuestra sociedad. Por eso es más útil para esa universidad estatal tener profesores que maestros. Es más útil para esa universidad estatal tener alumnos que estudiantes. Es más útil para esa universidad estatal tener una juventud que no deslinda con sus generaciones pasadas, que no hace ruptura, ni se rebela, que una juventud que se vuelve subversiva y es revolucionaria, como su universidad. Y aquí quiero precisar qué es eso de ser rebelde: una universidad que no se rebela contra los paradigmas, que no rompe con las verdades, que se doblega a los postulados de verdad, que no vive en el camino de las incertidumbres y de las certezas históricas, es una universidad para formar intelectuales, la más abominable de todas las especies culturales. ¿Qué es un intelectual? Un intelectual es un arrendatario de ideas ajenas, es el que sabe decir mal lo que otros dijeron bien y, esa especie no le sirve ni a la universidad, ni a la nación. Le sirve al Estado, como tecnócratas, como burócratas.

Una universidad rebelde, que es lo que urge una universidad como la nuestra, su pretensión es formar pensadores. Este país está repleto de intelectuales y carece de pensadores que son capaces de construir desde la realidad histórica los enunciados básicos que formulan las preguntas y las respuestas para resolver las necesidades de la vida de la sociedad en la que la universidad está inmersa y comprometida.

Queremos una sociedad y una universidad que le permita a los seres humanos ir de rebeldía en rebeldía, de ruptura paradigmática en ruptura paradigmática, que se pierda en los laberintos de la cultura buscando las respuestas a las urgencias de nuestra sociedad y que sea revolucionaria porque trastoca el orden de la impotencia y lo convierte en un orden creativo y prospero al servicio de la sociedad.

Rebeldía, subversión y revolución no son, ni pueden ser, para una sociedad y para una universidad, categorías de estigmatizaciones y de señalamiento, ni de criminalización de sus estudiantes y sus maestros. Un costo muy alto han pagado los humanistas de la Universidad de Antioquia y de la Universidad Nacional y de todas las universidades “públicas” por defender el alma y la vida de la universidad, que es el pensamiento crítico y creador. Una universidad sin pensamiento crítico, sin pensamiento creativo, sin innovación, sin comunidad, está condenada al atraso, está condenada a no representar nada ni a ganar ninguna legitimidad ni reconocimiento de la sociedad.

Nuestras universidades públicas, debían formar profesionales de pies descalzos -para utilizar esa figura del maoísmo-, profesionales que son capaces de transitar las veredas, los caminos, viajar por los ríos, escalar las montañas,  atravesar los bosques y las sabanas de este país, aprendiendo de la gente y sus problemas, construyendo con necesidades de los colombianos, la ciencia y el conocimiento que requiere el país para solucionar de manera definitiva sus problemas, sin abandonar los rigores de la academia ni dejar de revestirlos con los protocolos de saber de la ciencia. Necesitamos una universidad que es capaz de salirse de los esquemas modulares que no les permiten innovar carreras ni programas que sirvan a la realidad de este país.

Déjenme contarles una anécdota, yo fui cofundador de la Universidad Nacional de Arauca y llevamos unas carreras que no le “servían” a Arauca. Cuando fui a preguntarle a un campesino qué tipo de profesional necesitaba para ayudar a construir el progreso de esa región, me dijo: “yo necesito a alguien que sepa hacer todo lo que sé hacer yo, pero que lo sepa hacer bien”. Y le pregunté: “¿y qué sabe hacer usted?”, y con la mayor frescura del mundo, como quien habla desde las experiencia significativas de la vida y de la profunda convicción de sus saberes,  me respondió: “yo soy capaz de manejar los suelos, de entender sus procesos de vida; soy capaz de manejar las aguas, de distribuirlas para su uso adecuado y de conservarlas; soy capaz de manejar los bosques, conservar su riqueza y biodiversidad; soy capaz de administrar mis cultivos, de producir proteína animal y proteína vegetal; sé comercializarlos y manejar los recursos para mantener el proceso y,  además, soy líder de mis comunidades, soy capaz de orientarlas en el camino de la construcción del bienestar rural  como bienestar colectivo”…

 A mí se me ocurrió que ese profesional no lo produce ninguna universidad. Y construí una propuesta para una carrera, que pensé podía llenar esa demanda de acompañamientos al campo; la llame Ingeniería Rural, la presenté a la Sede de Arauca, al consejo académico de la Universidad Nacional. ¿Saben qué dijeron los de las carreras tradicionales, de zootecnia, veterinaria, ingeniería ambiental, ingeniería agrícola y de todas las ingenierías?... Que a esa carrera le faltaban dos físicas para ser ingeniería. ¡Me cago en esa concepción de universidad!.

Las universidades privadas se inventan monstruos de carreras; ellos inventaron la mecatrónica y fueron uniendo una con otra para responder, no a las necesidades de nuestro país, si no a las lógica del mercado educativo. Yo quiero una universidad que responda a las urgencias y a las necesidades de los habitantes de la comuna 13, a los problemas de los mineros de Antioquia, que le resuelva los problemas a los campesinos cafeteros, a los palmeros y a los agricultores, pero no solamente a los grandes empresarios, si no, a los pequeños y medianos campesinos, a los pobres del campo. Yo quiero una universidad en donde los estudiantes y los maestros, no se formen en las aulas. ¡Malditas aulas! ¡Cárceles! ¡Reformatorios de la academia!, encierros donde los jóvenes no se pueden encontrar con las  necesidades de este país!.

Yo quiero que las aulas dejen de ser el lugar que convoca la actividad académica para que sea la clase, la acción, el conocimiento, el encuentro en el diálogo profundo y horizontal entre el maestro y el estudiante. Y la diferencia, profesor Carlos Velázquez, permítame, y no se disguste conmigo,  por lo que voy a decir…re-significado: la diferencia entre esa clase de profesores que, como usted bien lo dijo, son monjas y sacerdotes,  que ejercen la misa de la verdad en sus aulas; y un maestro, es que, el tema del maestro, no son los contenidos de la disciplina, el tema del maestro son los contenidos y las necesidades de la vida. Voy a decirlo de esta manera: el programa del profesor son los temas; mientras el eje fundamental de la propuesta educativa y pedagógica de un maestro, es la vida, sus conflictos, las preguntas y las preocupaciones de su sociedad y de su tiempo. Un maestro viaja con sus estudiantes detrás de un paquete de preguntas inteligentes para resolver problemas urgentes. Un profesor viaja con sus alumnos detrás de un programa para llenarlo en un semestre académico, entregándole respuestas que no se sabe para qué tipo de preguntas sirven.

Por eso hay que pasar en la escuela universitaria a construir una auténtica comunidad académica. Déjenme decirles que desde hace tiempo me dejo llevar de la mano de la sabiduría de mis estudiantes en el camino de sus preocupaciones. Cuando alcancé los más altos niveles de formación entendí que todos mis profesores en los programas de formación postgraduada me habían aportado un conocimiento muy valioso, pero que ese conocimiento me había conducido de manera personal a entender que todo lo que tenía que yo aprender como maestro lo podía aprender de la mano de mis inteligentes, bellos, fervientes, valerosos estudiantes.

En el ejercicio de la labor docente rompí con esa premisa que dice que el proceso de formación para los investigadores se da en los postgrados y ojalá en las maestrías; entendí que la investigación es la estrategia fundamental en la formación de pregrado y que es ese el escenario esencial para sus aprendizajes. Hoy hablaba con el profesor Fabián Sanabria y le decía: “Fabián, en la Facultad de Derecho me invitaron a dar clases al doctorado. Me siento orgulloso, pero..¡Qué lejos esta mi interés de  esa pretensión!: ¿Cómo podría abandonar a los primeros semestres de pregrado, donde llegan los estudiantes cargados de sueños y potencialidades… a la espera de un maestro que les pueda alimentar   la autoestima académica y guiarlos, sin arrogancia, por los caminos de la cultura  construyendo a la vez, seres humanos íntegros, capaces de comprometerse con las urgencias y las necesidades de este país?... No cambio un semestre de pregrado por el más importante seminario en el doctorado… porque es mucho lo que puedo hacer a ese nivel y muy poco lo que me queda por hacer a nivel de doctorado.

Quiero permitirme decir algunas cosas, en este foro para pensar la universidad desde un horizonte ético político que puede herir susceptibilidades, pero bueno de eso no es de lo que se trata: quiero para la universidad una comunidad que aún no existe. Ustedes saben lo que son las universidades en términos de la construcción de círculos de poder. La universidad es un territorio en disputa por pequeños y mezquinos grupos de maestros y directivos en términos de lucha por el control del poder de la universidad…y esos grupos y sus intereses no permiten construir comunidad de sentido y de propósito.
Me pregunto: ¿Se ha construido comunidad universitaria en nuestras instituciones?..., ese modelo de comunidad universitaria que congrega a todos los trabajadores, funcionarios, docentes, estudiantes, padres de familia…en el  propósito común de convivir y trabajar en el logro exitoso, de las metas, fines, objetivos, planes y programas dirigidos a construir la Colombia  de bienestar y convivencia con que todos soñamos… o, lo que tenemos, es una institución fragmentaba, dispersa y enfrentada en torno a intereses sórdidos y particulares, con funcionarios burócratas que impiden el desarrollo de la academia a través del papeleo innecesario; profesores vacas sagradas con sus parcelas de saber en propiedad en el territorio de los programas curriculares, envejeciéndose y erosionando un territorio que debía ser fértil y productivo por habitarse con las mejores semillas de nuestra juventud; con estudiantes formados en liderazgos recalcitrantes que no logran colocarse al frente de los destinos de su generación y en la perspectiva revolucionaria a la que los convoca su época..., y, lo peor de todo ¡todos autistas!...me pregunto si se ha construido comunidad académica como esa estrecha relación no excluyente sino inclusiva, entre estudiantes y maestros-investigadores?

El profesor Alejo Vargas que estará esta tarde con ustedes me pregunta: “¿usted por qué firma docente-investigador?”… yo le contesto que busco hacer énfasis en las labores que realizo en mi vida profesional en la universidad, pero que si fuera cierto, debería firmar: “docente-investigador-extensionista”… Porque ¡cómo me gusta ir a los barrios!, ¡cómo me gusta remontar el Magdalena hacia el sur del Bolívar! Y,  sentir el temor de estar entrando en la Colombia profunda del hambre, la miseria y la violencia! ¡Cómo me gusta ir con la lámpara del poco conocimiento que tengo y con el combustible de la sabiduría  de la gente de común, descubriendo sus territorios, entendiendo sus conflictos, ingeniando respuestas para los problemas urgentes! ¡Cómo me gusta eso! y cómo me gusta arrastrar en esa aventura, que es una aventura absolutamente erótica, a mis estudiantes, en términos de conocer y estremecerse con la triste y trágica realidad de nuestro país .

Firmo docente – investigador, porque yo soy primero docente y luego investigador. Ahora, soy un investigador que ha hecho de la investigación el objeto de la docencia. No sé cómo hacen ustedes con sus estudiantes, pero déjenme decirles cómo construyo mi proyecto ético de universidad. Creo que la universidad, y eso la Nacional lo tiene claro al menos, como lo decía el profesor Vázquez , en el papel, debe pensar y actuar, primero, en la formación de seres humanos. Exigimos que la  universidad coloque al centro de sus propósitos la formación de seres humanos. Y resulta que las ciencias humanas y sociales, que debían contribuir a ellos, han recibido al interior de nuestras universidades una profunda arremetida, un recorte irracional y arbitrario.

Yo les pregunto a las Facultades de ingeniería, ¿cuántas humanidades, ustedes, desarrollan en las carreras de ingeniería?... Cada día las humanidades llegan con menos fortaleza y son miradas de manera sospechosa y excluyente de las carreras de ingeniería y de las carreras de cienciaa. Entonces, ¿cómo forman a los ingenieros como seres humanos…, cómo ciudadanos? ¿Cómo los forman como sujetos sociales, como sujetos de derecho, como sujetos políticos?... ¿Cuánta contribución hacen las ingenierías a formar esos profesionales como ciudadanos que se comportan además como sujetos  de la política?... y , cuando digo de la política, lo hago en el buen sentido de la política, que es el conjunto de ideas y acciones a través de las cuales se disputa el ejercicio del poder para construir y concretar el bien común. La política, la autentica, no son los partidos, ni de las sectas, no las elecciones… esos son herramientas, mecanismos, pero no lo son todo.  

A mí, como a usted, profesor, me angustia que los jóvenes se hayan quedado atrapados en la generación que me correspondió vivir a mí. Soy fruto de la generación del 60 y el 70 y,  ¿ustedes se acuerdan que el proyecto ético político de esa generación era distinto? Pero estamos en la primera década del siglo XXI, y me pregunto: ¿cuáles son los retos de la juventud de esta generación?..., porque la mía fue llevar adelante una guerra que nunca ganamos y la lucha por un poder que nunca conquistamos… No se si nos equivocamos en la concepción de la lucha política y habiendo tomado el camino de la guerra…, lo que si tengo claro, es que mi generación se entrego y se sacrifico con un compromiso indeclinable…, equivocada o acertadamente…lo que no le falto fue disciplina y compromiso. En el mismo tiempo en otras partes del mundo, otros transitaron caminos diferentes, era una época de fervor revolucionario, los jóvenes de mayo del 68, Foucault, Deleuze, Guattari, Derrida… no salieron para las montañas,  sino, para París VIII a construir un nuevo paradigma para pensar el mundo. Ese fue su propósito generacional.

Eso de los relevos generacionales en la universidad, es muy interesante…,¿Ustedes creen que hay un cambio generacional en la universidad cuando a unos viejos que han comenzado a madurar en la crítica se les cambia por unos jóvenes que son maduros en la apatía?... ¡Por Dios! Son más viejos que los viejos jóvenes que se van, por eso a veces yo reclamo para esta universidad y para la universidad pública el pensamiento y la obra de hombres como Orlando Fals Borda, Eduardo Umaña Luna, Estanislao Zuleta… que llevaron a la universidad pensamiento crítico y maduraron generaciones enteras de jóvenes.

Ahora que tengo que hablar de lo que debía hablar, se me acabó el tiempo. Pero si ustedes me regalaran un minuto, voy a tratar de decir en forma puntual las cosas que pensaba desarrollar de manera extensa:

Primero. Creo en una universidad intensamente amorosa. Creo que hay que introducir en la universidad el amor como práctica académica y de vida. Creo en una universidad profundamente erótica. Déjenme decirles, maestros y estudiantes, que yo voy a la universidad es a copular, yo voy a la universidad es a tener orgasmos; yo voy a la universidad a sentir profunda satisfacción viendo crecer a mis estudiantes y realizarse como profesionales, hombres y mujeres brillantes, de futuro, comprometidos y críticos.

Segundo. Lo que quiero que ayude a formar la universidad es un sabedor moderno. ¿Qué es un sabedor? Un sabedor, fundamentalmente, es una persona que ha alcanzado un alto grado de conocimiento, que es capaz de colocar al servicio de la solución de los problemas fundamentales de su país, de su comunidad, de su contexto. ¿Por qué es moderno?... Es moderno porque la base fundamental, la herramienta esencial de la forma en que construye su conocimiento y la solución de los problemas se soporta en la razón. Ha superado la pre-modernidad,  pero no la ha abandonado. Porque yo quiero que también crea en algo…, que tenga una religiosidad que es distinto a que milite en una iglesia, que le dé lugar al pensamiento mágico y a los sueños que hacen parte fundamental de su existencia. Pero que sus acciones y sus procesos estén atravesados por una racionalidad crítica, no instrumental.

Tercero. Ese pensador es una síntesis de la cultura. Déjenme decirles qué entiendo por síntesis. Yo sé…, yo creo…como acto de razón y de fe,  que todos ustedes tienen claro qué es una síntesis…, pero si me permiten un minuto hago una definición de síntesis: Una síntesis es la parte del todo, que al contenerlo, es capaz de reemplazarlo, cuando está ausente. Voy a dar un ejemplo fácil: la síntesis de una mata de maíz es el grano de maíz., La síntesis es la semilla capaz de germinar lo nuevo. 

Cuarto. Como el sabedor moderno es una síntesis de la cultura, es una síntesis de la filosofía, la ciencia y el arte.  Pero déjenme decirles esto: como sabedor moderno ni es científico, ni es filósofo, ni es artista; es sabedor moderno. Pero como síntesis de la cultura sabe de filosofía, sabe de ciencia y sabe de arte, y esos tres componentes le son fundamentales.

Quinto. El pensamiento del sabedor moderno también es síntesis.  Es un pensamiento sustentable, y ese pensamiento sustentable, que lo hace pensador y no intelectual, es una síntesis de tres o cuatro formas de pensamiento. Primero, viejitos y viejitas, es síntesis de pensamiento mágico. ¿Qué le proporciona el pensamiento mágico a nuestros pensadores, a nuestros profesionales?: Fantasía. Imaginación y creatividad. Sin fantasía, imaginación y creatividad, la humanidad no hubiese llegado al lugar en que se encuentra.

Recuerdo, ingenieros, que la palabra “ingeniero” viene de “ingenio” y “eros”, que significa literalmente sentir placer creando.

Segundo, es síntesis de pensamiento racional que es el pensamiento metódico, el pensamiento científico; y tercero, es síntesis de pensamiento filosófico que es holístico, porque se preocupa por el todo; es complejo,  porque se preocupa por la relación del todo con la parte; y sistémico, porque se preocupa por la relación entre las partes.

Sexto. Déjenme definirlo así: un sabedor moderno es una síntesis de la cultura que se expresa como síntesis de la filosofía, la ciencia y el arte; ha logrado construir un pensamiento sustentable, como síntesis de pensamiento mágico, racional holístico, complejo y sistémico.

Pero para que ese sabedor moderno se pueda formar en una universidad como las nuestras se requiere que en ellas exista un ambiente y una atmósfera que lo posibilite. Primero, un ambiente que le permita desarrollarse como humanista, segundo,  un escenario en el que la lúdica potencialice los procesos de conocimiento  y, tercero, un hábitat  erótico en el que cada acto se produzca como un hecho de gratificación y placer.

Hay que formar, en primera instancia, en la condición de lo humano a nuestros profesionales. Pero también hay que darles una gran capacidad lúdica, formarlos como seres lúdicos… La lúdica es un enfoque teórico-epistemológico que se encarga de la creación, recreación y producción permanente del conocimiento. La lúdica es juego,  en la medida en que el juego es conocimiento y saber, es el juego de la matemáticas, la democracia, del amor; es el juego en las múltiples posibilidades de la cultura y de las relaciones sociales.  ¿Qué tan eróticos son nuestros estudiantes?... Es decir, ¿Qué tanto se desarrollan en el sentido de que cada cosa que hacen debe gratificarlos y hacerlos sentir placer?...Creo que la universidad debe ser para la risa, para la alegría, para la fiesta del conocimiento y de la cultura…para promiscuidad y la permanente copulación con el conocimiento y el saber.

Y por último, una atmósfera, constituida por tres valores fundamentales: la libertad, la justicia y la democracia.  Libertad para pensar, investigar, crear, expresarse, moverse, hacer. La libertad como fundamento de la condición humana. Y nadie puede ser libre,  si al lado de la libertad no se construye la justicia; y nadie puede ser justo si no sabe que se mueve en un mundo donde la diferencia, la diversidad, el pluralismo son expresión de la democracia. Déjenme preguntar algo a este respecto: ¿Son nuestras universidades ejemplo de democracia?…, ¿cómo se construye la democracia en la universidad?... ¿Cómo se construye en el desarrollo de la clase?...Estoy seguro que en una atmosfera de  libertad, justicia y democracia se posibilita unas autenticas relaciones de convivencia. Si la violencia llega a las universidades y llega a la sociedad es porque no hay libertad, porque no hay justicia, porque no hay democracia, porque no podemos construir sobre esos tres valores la convivencia.

Quiero terminar con una apretada definición del sabedor moderno que debe formarse en nuestras universidades: 

Un sabedor moderno es una síntesis de la cultura que se expresa como síntesis de la filosofía, la ciencia y el arte; es portador de un pensamiento sustentable, que es a la vez síntesis de pensamiento mágico, racional, holístico, complejo y sistémico; se ha formado en una atmósfera de humanismo, lógica y erotismo y, en un ambiente de libertad, justicia, democracia y convivencia, con un único propósito: contribuir a construir la utopía de la felicidad humana.

Muchas gracias.

Nota: Intervención del Dr. Carlos Medina Gallego, en el Foro: Un día para pensar la Universidad. ¿Hay un horizonte ético-político de la universidad?.  Realizado el 4 de Agosto de 2010. Convocado por la Universidad de Antioquia y la Sede de la Universidad Nacional de Medellín. 

Carlos Medina Gallego
Docente Investigador
Universidad Nacional de Colombia
Sede Bogotá

No hay comentarios:

Publicar un comentario